Bitter in flight.
Ya sé. Este es un blog de quejas y desengaños y amargura. Me lleva la refregada, eso me pasa por dividirme en personajes... Pero bueno, ni modo, como normalmente acá se chutan también lo de los viajes tendré que platicarles sobre una de mis extrañas pasiones: no sólo me gusta viajar, AMO volar en avión.
Hoy me desperté a las 3 de la mañana emocionadísima. Lo realmente importante no es eso, sino que tenía que tomar un avión a las 6.30 de la mañana rumbo a Culiacán, para al fin presentar el estudio de los mil viajes que terminó volviéndose una pesadilla cuando se trató de plantear los resultados.
Me avisaron antier en la noche que volaba hoy a primera hora... Y de inmediato empezaron las palpitaciones. ¡Avión de nuevo! Y ahí voy preguntando por toda la oficina y con uno o dos contactos personales "¿Se les ofrece algo de Culiacán?" Pues ahora voy a tener que comprar coyotas y coricos para hacer feliz a la gente de la oficina y a un cuate con familia en Sinaloa. Quién me manda ser tan linda.
No encuentro cómo explicar lo que se mueve en mí cada vez que me subo a un avión. Seguro que si lo hubiera hecho de niña, habría terminado queriendo ser piloto aviador, ya de perdis sobrecargo... Pero por más viajes que haga siempre traigo un entusiasmo bien infantil, desde treparme al taxi para dirigirme al aeropuerto hasta el momento de posarme en el avión.
Subirme... buscar el lugar correspondiente... 2 de cada 5 veces sentarme en el asiento equivocado... negociar amablemente el cambio de lugar para quedar en ventanilla... y siempre voy como perrito en automóvil, colgada de la ventana. Y tomo muchas fotos desde la ventanilla, a veces de la ciudad, a veces del cielo...
Hoy en específico vi amanecer en el avión. Qué impresionante... la actividad frenética en la pista, los vehículos que suben el equipaje, los aviones alineados esperando para tomar pista... Y al fondo, el horizonte pasando de morado a rojo, con una pequeña franja de color. Simplemente hermoso.
El otro momento mágico: despegar. La carrera sobre la pista, cada vez más rápido, cada vez más, hasta que con un pequeño salto, clic, ya no estás tocando tierra. De pronto estás apuntando hacia arriba, adiós todo, ese objeto enorme y pesado, esa joyita de la ingeniería, te acaba de levantar. Y ahora empiezas a flotar cada vez más alto. La ciudad se va haciendo pequeñita. Todo queda repentinamente lejos... Uf. Qué alivio. Qué maravilla. Qué sorpresa. Cuanta magia tiene encerrado ese preciso instante...
Un amigo me enseñó a brindar con el cielo. Ahora he adoptado la costumbre y lo hago cada que subo a un avión, aunque todavía no adopto todas sus mañas (cada quien adquiere las mañas que puede).
La presentación es lo menos importante ahora. Lo que me emociona es tener la oportunidad de aterrizar en la ciudad de México en el atardecer... y verla con esos ojos nuevos con que la veo cada vez que regreso. El mejor punto de observación es la fila A, siempre. Tendré que negociar mi asiento...
Más amarguras, a finales de la próxima semana. Hoy estoy feliz.
Actualización
2 noticias:
La buena: Viajé por toda la república durante un mes, con los gastos a cargo de una empresa “n” con sede en provincia. Conocí un montón sobre su mercado, me sensibilicé a las diferencias regionales en cuanto a pautas de consumo y formas de ver la vida. En suma, corrí un antropológico precioso. Hice un informe que salió a patadas y trompones pero cuya versión final me dejó muy satisfecha. Me he trepado a más aviones en este año de los que hube montado jamás en la vida entera, cosa que me hace enormemente feliz.
La mala: Los clientes que solicitaron y plantearon las necesidades del estudio no son los mismos que recibieron la información... así que las expectativas y los resultados fueron diametralmente opuestos. Hagan de cuenta que me pidieron manzanas, les entregué manzanas y los que recibieron querían carne asada con papas. Por supuesto, el error se atribuyó por partes iguales a “la mala generación del brief” (claro, si no lo hace el área de merca sino la de compras, ¿qué diablos van a querer averiguar? los que elaboraron el brief no entendían nada de la dinámica de su mercado... fue lo que averiguamos) y a “la inexperiencia del moderador (léase aquí ‘la inútil de la bitter’) en el mercado en el que trabajamos nosotros”. Ahora quieren que se retrabaje toda la información, que hace al menos mes y medio está enterrada en el olvido. Ah, y si podemos hacerles unos cuestionarios para cuantitativo (que al fin y al cabo es para lo único que sirve el cualitativo, no para mucho más...), mejor.
El colmo: Mis clientes originales eran culichis buena onda, relajados y agradables (digo, hablan golpeadón pero así pasa con todo mundo por acá). Al menos los que traté durante las sesiones de grupo. La que recibió los resultados es una recién llegada a la empresa. Como cabría imaginar, chilanga prepotente, que se burla hasta de los modismos de acá (“o sea, es que acá dicen ‘si ocupo algo’ para todo... Lo correcto es decir ‘si necesito algo’, ¿noooo?” Creo que le caí gorda desde que dije aquella frase de “el uso hace la norma, y son localismos así que en realidad no importa”), que lo sabe todo y que “no quiere parecer grosera perooooo...” Les juro que cuando me topo gente así comprendo por qué fuera del DF le sacamos ronchas a todo mundo. Shit!!
Salí furiosa de la junta. Me fui a comprar coricos y coyotas, a caminar al centro y a comer en el veintiúnico restaurante que conozco en Culiacán: uno de comida china express, que por menos de 50 pesos me sirve para atiborrarme de comida. Lo siento por los mariscos de acá que tanto me habían recomendado, no estuve de humor.
Ahorita, ya tranquila, pero literalmente: ¡Mta madre! Es como haber tirado dos meses de mi vida a la basura. Si no fuera por el turismo pagado... Al menos eso tuvo de gracia. ¡Y no es ningún chiste!
Bueno, había sido un post muy contento. Ya se normalizó, ya tiene quejas y todo. Y ya no estoy de humor para escribir más. Los veo al rato...