Lo que más me encanta de los inicios de quincena son las visitas al banco. Si estoy de buenas, enamorada, me escapé de la oficina (eso siempre me mejora el humor) o simplemente brotan en mí extraños germinados de optimismo (a veces pasa), basta con pasar a pagar mis tarjetas para que se me quite.
No sólo es porque tenga que soltar mi dinerito; hacer una fila de 12 personas afuera del cajero automático solamente para que me entregue la cantidad de dinero que le da la gana y en billetes de alta denominación (digamos: pido $4000, me da $2,700 en billetes de $500 y el sobrante de $200) también ayuda.
Ahora bien: asistir a una sucursal bancaria, para hacer
LO QUE SEA debe ser el equivalente terrenal del Purgatorio de los teólogos: una fila interminable donde pasarás horas, a merced de la burocracia. Espero de todo corazón que la burocracia celestial sea más benévola, y que el Cielo no se parezca en nada a la caja de Banamex. Y si se parece... pues entonces no quiero irme al Cielo (mejor reencarno).
Ir al banco no es de esas cosas que hayan sido buenas siempre y de pronto haya empeorado; simplemente se ha transformado de formas insospechadas gracias a la famosa "cultura de servicio" y a las otras maravillas de la mercadotecnia conocidas como "experiencias de compra" y "programas de lealtad". Por ejemplo, si no tenías suficiente con soportar el mal servicio generalizado, ahora tienes que chutarte la idea de que existen clientes de primera, de segunda, de tercera y la pelusa... Hay "fila para clientes de lujo", "fila para clientes empresariales", "fila para clientes a secas", "fila para pelafustanes metiches que no sabemos a qué vienen a invadir nuestro sacrosanto espacio" y "fila de los que haremos esperar hasta que se momifiquen".
Ah, y las filas... Hace años, a alguien se le ocurrió la genial idea: "¡Ya! ¡todos estamos hasta la madre de hacer filas! ¿por qué no ponemos sillas y damos boletitos de turno? Sí... la idea es como de salchichonería de súper, pero si a ellos les funciona ¿por qué a nosotros no?" Y de pronto, todos los bancos tenían sucursales llenas de sillas, como terminal de autobuses. Llegabas, tomabas tu boleto (el 225) volteabas a ver el letrero de "Atendiendo al..." (087, por supuesto) y te sentabas con resignación y ojalá un buen libro entre manos. O te ibas, si tenías prisa.
Como la gente se iba, el mismo cuate (podía ser otro, pero con el mismo cerebro) se preguntó: "¿cómo mejoramos esa experiencia de compra? ¡Ah! inventemos una fila para la gente con prisa... sí, ya sé que las cajas rápidas de los súpers lo hicieron primero... pero ¡aquí es una innovación!". Después de eso, llegabas a la sucursal y había de dos sopas: o tomabas el papelito 1'087,942, o te formabas en la caja 1 (normalmente durante una hora, pero siempre más rápido que esperar del número 227 al 1'087,942). La vida no era sencilla, pero al menos avanzabas.
De repente decidieron quitar las sillas en la mayoría de los lugares, porque... ¡la mayor parte de la gente prefería formarse en la fila! La cantidad de lugares para sentarse se redujo drásticamente a menos de la mitad. Sólo se sentaban los abusivos que planeaban hacer más de tres operaciones o que querían presumir de mover mucho dinero... Bueno, uno que otro personaje de la tercera edad, lesionado o embarazada también. En algunos bancos, como no sabían que hacer, inventaron la modalidad de "sillas musicales": están colocadas en hilera, como fila... Cuando el que está hasta adelante pasa a la caja, los demás se paran, se recorren un lugar y se vuelven a sentar. Encantador.
Ahora han impuesto una nueva modalidad: Si te vas a formar,
debes tomar un papelito. No importa si eso infla hasta el infinito el número de la pantallita, ni que los cajeros no revisen si el papel es de hoy, de ayer, de la semana pasada o si te lo heredó el tío Ernesto que murió esperando su turno en la sucursal del sur... El caso es respetar el procedimiento. Ahora bien, para "mejorar el servicio", en la sucursal de Banamex a la que tengo la poca suerte de asistir colocaron a una mujer que se dedica a inspeccionar la fila. Las dos últimas veces que fui ocurrió el siguiente diálogo:
-Buenas tardes, ¿ya tomó su turno?
- Sí (
muestro el turno)
- ¿Qué operación realiza?
- Pago de tarjeta de crédito.
- ¿Es cuentahabiente con nosotros?
-
(bitter se pone repentinamente verde) No sé, ¿tener una tarjeta de crédito con ustedes cuenta como cuentahabiente?
(risas de los que están formados frente a mí)-
(con turbación) no, pero sí... siga formada.
(pausa) ¿Su pago es mayor de $30,000?
-
(bitter, molesta pero encantada de volver loca a la empleada sin criterio) ¡Gracias a Dios no! (
más risas del resto de las víctimas bancarias)
La empleada bancaria se retira y pasa con el siguiente sujeto, que resulta ser una ñora que va diario y se sabe todas las mañas necesarias para sobrevivir en una fila de banco...Harta de mi trabajo, sí. Pero definitivamente es mejor que ser
esa empleada del banco. Lo más bonito es esa distinción entre
clientes y
pelusa del ombligo: según yo, si vas a hacer un pago, a cobrar un cheque, a depositarle lana a tu primo Jacinto (el hijo del tío Ernesto, que la necesita para el velorio) te transformas en
cliente porque estás haciendo uso de los servicios del banco; pero los bancos, en su infinita sabiduría, consideran que cliente es sólo aquel que es lo suficientemente iluso como para dejar su dinero en manos de tan respetables instituciones; los demás sólo estamos quitándoles espacio y oxígeno a sus verdaderos clientes.
Y ya la cereza en el pastel son los cajeros y cajeras, que a las 2 de la tarde ya están de un humor más horrible que el mío... En la universidad tuve compañeros que trabajaban en eso. Créanme: si la fila es el Purgatorio y llegar a la ventanilla pudiera ser el Cielo, en el Infierno uno trabaja de cajero, contando billetes y teniendo que cuadrar las cuentas del día entero.
Pues que digan lo que quieran... pero ese estilo de servicio es lo que hace que:
a. mi cuenta de ahorros esté en un banco despoblado, pero que curiosamente siempre tiene gente de buenas en las ventanillas
b. nunca haya considerado a HSBC como posibilidad para tener una cuenta
c. tenga una extraña relación "te odio, pero no puedo vivir sin ti" con Banamex
d. odie ir a Bancomer con sus filas ridículas
e. haya roto relaciones diplomáticas con Santander
f. en general, odie a los bancos (aunque también por sus cobros indiscriminados, su falta de criterio y otras maravillas)
bitter is totally back. ¿Se nota? Gracias a Bancomer, a Banamex y a las tarjetas de crédito que hicieron esto posible!!